lunes, 16 de enero de 2012

RefleFloppy Chú

Bienvenidos a un capítulo más de mi sección de bricolaje, manualidades, chapuzas y desastres varios.

En esta ocasión, voy a hablaros de algo muy "in": la inevitable, ineludible, inexcusable, e inigualable secuela del proyecto "RefleFloppy".

Como digo, se trata de la segunda versión del proyecto, esto es, la v2.0, de ahí el "Chú".

A pesar del enorme éxito que coseché con el artilugio inicial, gracias al cual fui nominado varias veces (mi mujer: ¿pero tú no te das cuenta de que estas haciendo el ridículo?, mi hijo: papi, ¿por qué has puesto tantos cartones de zumo en mi balcón?, mi padre: ¿eso qué'eh'lo'que'eh?), tenía en mente, desde el mismo momento en que se materializó, construir, una versión profesional, que revolucionara el cultivo en balcones con poca luminosidad.

Así pues, lo primero era pensar, algo a lo que estoy tremendamente acostumbrado, y que me permite dilucidar los avatares de la vida. A continuación, lloro un rato y se me pasa. Es lo que tenemos los genios sin lámpara.

Una vez apartados los pensamientos inútiles de mi cabeza, me quedé en blanco. Y ya, con un folio en blanco en el cerebro, diseñé lo que iba a ser el futuro huerteril de este milenio y parte del siguiente.

Lo siguiente, era reunir los materiales necesarios para la hacer realidad semejante invento. Necesitaba un material flexible, resistente, y reflectante a más no poder. Los gallumbos del super héroe de turno, no servían. Una visita a google, y toda duda fue despejada. Hay un material excelente para este tipo de proyectos, y su nombre es Mylar. Mercedes Mylar, para ser exactos.

Como es ampliamente utilizado para la María (alias la hierbas), lo suelen vender en Grow Shops, esto es, tiendas donde absolutamente todo lo que hay dentro, tiene que ver con la susodicha. El Mylar es económico, y se puede adquirir por internet en tiendas on line. El problema es que los gastos de envío suman bastante más que el precio del producto, y en algunas tiendas sólo venden rollos enteritos con sus 50 metros y tal.

Estaba la opción de localizar una tienda en las cercanías de mi domicilio, y encontré varias. La María tiene más seguidores que su hijo, por lo visto. Una vez señalados en el mapa los establecimientos, y establecido un plan de acción, desistí. La razón es muy simple: si mi madre me ve entrando, o saliendo, de una tienda de "esas", me deshereda. Y a mí me hace tanta ilusión pagar sus deudas cuando la diñe...

Mamá, es broma, todo el mundo sabe (menos tú) que eres millonaria. Y no tengo ganas de pagar nada.

Por lo tanto, escurrí mi neurona. Había que conseguir un material equivalente, económico, fácilmente adquirible en un comercio frecuentado por la clase obrera, en el que no despertase sospechas mi magna presencia... la tienda de Juan. Tengo la ligera sospecha de que este señor en realidad se llama Hu-an, o Yu-an, o algo así, más que nada porque es chino, pero todo el mundo le llama Juan, y a él no parece importarle mucho mientras le compren. Así pues, la tienda de Juan.

Encontré lo que buscaba: un panel reflector, de esos que se ponen dentro del coche, para que no se te ase el volante, y tus manos cuando lo toques al entrar en él, para iniciar la típica vuelta a casa tras un duro día de trabajo dignificante. Un parasol, vaya.

Unos cortes por aquí, un poco de cinta por allá, unas maderitas, unos tornillitos, y el proyecto había finalizado satisfactoriamente.

Por ahí os pongo una foto.

Lo puse inmediatamente en mi currículum, pues es, sin lugar a dudas, un paso más en mi carrera investigadora. Allá a lo lejos ya se vislumbra el éxito...


PD 1: Mi hijo, otro prometedor inventor, ha construido un espantapájaros modelo araña, que ha colocado en una de las macetas del huerto balconero.

PD 2: El blog ha superado las 40.000 visitas, algo que, aparte de ser incomprensible, es signo evidente de que a la gente le gusta perder el tiempo con mis chorradas. Gracias mil.